Recomendación: Antes de leer, disminuye la lógica.
El dolor de espalda y la necesidad urgente de un café obligaron a Francisco, el escritor, a levantarse de la silla. El sonido de la cafetera y el aroma lo llevaron al viejo, pero fino sillón inglés, su preferido, en el que disfrutaba mirar la vista que tenía; edificios y más edificios, pero no era tan malo después de todo, algunos rayos de sol alcanzaban a entrar por la ventana del pequeño apartamento donde pasaba la mayoría del tiempo cuando muchas ideas le rodeaban la cabeza sin definir una que valiera la pena escribir. Algunas noches en vela a la espera de una buena historia.
Le pareció que los rayos de sol quisieron husmear su espacio, porque comenzaron por partes, primero, alumbraron el escritorio, luego la vieja Remington de color anaranjado que tenía las teclas negras y letras blancas ya borrosas de tanto uso. Después, las gafas de leer, en el reflejo los repetidos rayones en los lentes. Francisco cayó en la cuenta del tiempo que llevaba sin cambiarlos, era raro que todavía pudiera leer con ellos. El pobre lápiz rojo llevó la peor parte, los rayos iluminaron el lado más gastado y descolorido. Cuando pasaron por las patas del escritorio se quedaron encima de las hojas arrugadas de papel que el escritor había arrojado al piso la noche anterior en medio de la frustración. Aquellas hojas comenzaron a brillar como luces de navidad.
Las cosas que estaban sobre el escritorio...
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