No pude evitar mirarle los pies de lo inflamados que estaban, la piel se confundía con el cuero envejecido de las sandalias. ¿Cuántos habría caminado para tenerlos así?
–¿Hay demasiada historia en los pies, ¿no le parece?
Levanté la mirada y enseguida le ofrecí una disculpa.
–Pierda cuidado mi niña, que por lo menos mi alma está mejor estado que estos pies.
No entendí lo que dijo, pero la expresión en el rostro de aquella extraña mujer cuando recibió la brisa fría que sacudió su vestido me envolvió y me transportó a un momento de su vida que quiso mostrarme.
Antes de dormir, la extraña se lavaba los pies y después de secarlos aplicaba crema en las ampollas que le hicieron las sandalias. Lo hizo con tanto fervor que me conmovió. Sentada en la cama, con las manos sobre los pies daba gracias al cielo por el día que le había regalado y al final, especialmente, por los pies.
Gracias a ellos había podido ir a los lugares que no pudo conocer con su pareja que la abandonó en la mitad del camino y quien le prometió antes de morir, que terminaría el viaje que con tanta ilusión y después de mucho tiempo por fin pudieron hacer. La mujer pidió a Dios un poco más de tiempo.
La misma brisa nos devolvió a la playa. Nos quedamos un rato más y contemplamos el infinito mar y el sol ocultarse. La extraña, con la mirada fija en el mar dijo:
–Agradecer por los pies puede sonar raro.
Le contesté que quizás un poco.
–Una mamá le pide a su hija que vaya y le de las gracias al papá por comprarle los zapatos. El niño va, le da un beso y le dice: Gracias por los zapatos y a Dios por mis pies. Esa niña era yo y desde ese día agradezco por los pies porque me permiten ir de un lugar a otro.
Le pedí que me dejara quitarle las sandalias quería mostrarle algo. Primero dijo que no, pero después aceptó. La extraña mujer jamás había disfrutado tanto la arena como ese día. Caminamos. Las palabras fueron menos importantes que el silencio que nos acompañó.
La extraña guardó las sandalias en la mochila que colgó en la espalda ya encorvada.
–Mis pies están tan cansados como mi cuerpo, pero por suerte mi alma viajera no.
Cuanta historia había en esos pies. A esa mujer solo le faltaban dos de los veintiún lugares que le prometió a su gran amor recorrer. Después, solo la vi alejarse a paso lento mientas las huellas quedaban marcadas en la arena que el mar se encargó de borrar.
Escrito el 23 de junio de 2019