–¿Y este calorcito tan rico? qué bien se siente, me gusta. Me pesan los ojos, no los quiero abrir, mejor me duermo otra vez.
Tiempo después…
–¡Despierta Pepe, despierta! –grita la araña.
–No, araña, no molestes déjame dormir.
–Levántate, Pepe que tengo hambre.
–¿Porqué araña? ¿ya es de noche?
–Sí, ya es de noche. Levántate y vamos a buscar algo de comer.
–Está bien, pero… ¿por qué estoy colgado patas arriba de este árbol? ¡Alguien que me ayude, por favor, soy un niño!
–¿Otra vez Pepe con lo mismo? Estás soñando, despierta.
–No estoy soñando, araña. ¿No ves que tengo los ojos abiertos.?
–¿Cómo llegué aquí? Hace un ratico estaba en mi cuarto durmiendo. ¿qué hago colgado de un árboool...? ¡Ah... me caigo...!
–¡Abre tus alas Pepe, tú sabes volar! –La araña gritó asustada.
Muy cerca de tocar el suelo, Pepe abrió sus delgadas alas y voló en zigzag por entre las ramas de los árboles…
–¡Me voy a estrellaaarrr!
–No juegues Pepe, tú sabes volar, ¡baja ya!
De repente, un fuerte viento golpeó a Pepe y lo hizo perder el control. La araña lo vio y rápidamente comenzó a hacer telarañas y las lanzó a varias ramas de los árboles
para que su amigo Pepe cayera sobre cualquiera.
¡Plash! Pepe cayó en una de las telarañas.
–Tuviste suerte, Pepe. -Dijo la araña mientras su amigo rebotaba y se enredaba en la telaraña.
–Note quedes ahí, araña. Por favor ayúdame a desenredarme.
La araña se rió y mientras trepaba por la rama del árbol vio que un bicho se metió en la telaraña en dirección a Pepe que también lo vio y se asustó. Pepe miraba por un lado a su amiga la araña trepar por las ramas del árbol y por el otro lado al bicho que se acercaba cada vez más y más.
En una de esas, Pepe volteó a mirar a su amiga, pero la perdió de vista. Se quedó muy quieto y cerró los ojos, sintió como su corazón palpitaba con fuerza. El bicho, que estaba a punto de comérselo de un momento a otro, desapareció.
Segundos después... Pepe abrió poco a poco los ojos y luego apareció la araña:
–¡Ey araña! ¿dónde te metiste? Ese bicho casi me come y tú…
Pepe miró raro a la araña.
–¿De qué te ríes, araña?
–No me río Pepe, me limpio los colmillos.
–¿Los colmillos?
–Te dije que tenía hambre, Pepe.
–¿Te comiste al bicho? ¡Qué asco!
–¿Asco, por qué? Si no me lo como, él te come. Ahora ya tengo llenita de la pancita.
–Sí, en eso tienes razón. Pero que si tuvieras hambre… ¿me comerías a mi?
–¿De qué hablas, Pepe? Una araña no come murcié...
–No digas eso, ya te dije que yo soy un niño.
–Bueno, Pepe como digas. Yo nunca he visto a un niño, pero si tu dices que eres un niño y que las arañas no comen niños, entonces yo no te comería a ti.
–Araña, ¿qué no me ves? Te digo que yo soy un niño.
–¡Ja! No me hagas reír Pepe, mírate bien: tienes alas en vez de patas, te cuelgas delas ramas de los árboles con tus dos afiladas garras para dormir todo el día, comes en
la noche con tus pequeños dientes que pican frutas y presas.
Pepe se queda pensando…
–¿De verdad Pepe crees que eres un niño? –La araña se ríe.
–No es chistoso. Si lo que dices es cierto araña y yo soy lo que tú dices que soy, entonces, yo podría comerte ahora mismo.
La araña dejó de reírse y abrió grande los ojos.
–Es broma. No te preocupes, araña, no te comería jamás.
Pepe abrazó a la araña y caminaron por entre las ramas del árbol.
–Menos mal que me dices eso Pepe, porque no me imagino enrollada dentro de esa lengua tanlarga y fea que tienes.
–¿Cuál lengua? –Pepe saca la lengua.
–¡Qué asco! Guácale. Tienes razón, es horrible.
Pepe saca y mete la lengua varias veces y la saliva se le sale por la boca.
–Qué desagradable, deja de hacer eso Pepe que me vomito.
–Está bien, pero respóndeme algo, araña:
–¿Qué?
–¿Por qué siempre me despiertas cuando estoy a punto de convertirme en humano?
–¿De qué hablas? Por qué te empeñas en ser lo que no eres: ¿un humamo?
–¡Humamo, no!. Humano querrás decir, humano.
–Bueno eso, eso. Tú eres tú y la vida te da todo para que sobrevivas y seas feliz. Tienes cosas fantásticas que por ejemplo yo no tengo.
–No te creo, ¿cuáles?
Pepe y la araña se sentaron en la rama más alta del árbol y vieron la luna redonda que estaba justo enfrente de ellos.
–Si yo fuera un murciélago, como tú…
–No, no lo digas araña, ya te dije que ¡soy un niño humano!.
–Está bien, está bien. Pero yo que tú dejaría de pensar en eso y disfrutaría poder volar por entre los árboles, por encima de la inmensa laguna, ver desde el cielo los
animales, las luciérnagas. Y antes de que salga el sol buscaría cualquier lugar para dormir. Tú siempre duermes en este árbol.
Pepe pensó que quizás la araña tenía razón. Desde que vio a los humanos quiso ser como ellos, porque podían caminar en el día, cazar cualquier animal y comer lo que
quisieran. Pero su amiga la araña hizo algo que ningún humano habría hecho por él, salvarle la vida.
Pepe jaló de las patas a la araña y la subió en su espalda. Respiró profundo, abrió sus alas:
–Araña…,hoy sabrás lo que se siente al volar.
La araña se pegó a la espalda de Pepe:
–Tengo miedo, siento que me voy a caer.
–No digas eso araña, agárrate fuerte. Además tienes buenas patas y muchas otras cosas que yo no tengo.
–Ah¿Si? No me digas.
–Pues sí, sí te digo. Tienes ocho patas, cuatro pares de ojos, puedes ver más lejos que yo y las telarañas que haces son más resistentes que cualquier otra en el mundo.
–Epa,Pepe no exageres.
–Es cierto, araña, es cierto. Agárrate que ahora sí nos vamos hacia el cielo.
Pepe y la araña volaron por entre los árboles, vieron muchos animales desde el cielo y casi que tocaron el agua de la inmensa laguna.
Todo iba bien hasta que...
–Pepe elévate, por favor. No, no, no, no, no te duermas. ¡Pepe despierta!
La araña se agarró con cuatro patas a la piel de Pepe y con las otras cuatro comenzó a tejer una telaraña. A punto de estrellarse contra los árboles, Pepe despertó y
levantó sus alas.
Pero cuando volteó a mirar para atrás, la araña ya no estaba en su espalda. La araña, que se había enredado en su propia telaraña, daba botes de rama en rama, un viejo
murciélago esperaba que cayera en su boca abierta listo para comérsela.
Cuando Pepe vio eso bajó lo más rápido que pudo.
–¡No te la comas, no te la comas! –gritaba Pepe.
–¿Porqué no? –respondió el murciélago.
–¡Porque ella es mi amiga!
Pepe se puso en medio de la araña y el murciélago.
–Si dejas que yo me coma esta araña, te convertiré en humano. Es lo que siempre has querido ¿no?
Pepe volteó a mirar a su amiga la araña.
–Sí, es verdad, yo no quería ser un murciélago, pero mi amiga la araña me enseñó que tengo todo para ser feliz y que no necesito ser lo que no soy. ¡No te la vas a comer!
Cuando Pepe abrió los ojos estaba en su cuarto lleno de juguetes. Todo había sido un sueño. Se levantó de la cama y corrió hacia el espejo se miró, no era un murciélago.
Se tocó los ojos, la nariz, la boca y el cuerpo. Sacó y guardó la lengua varias veces y sonrió.
Alguien tocó la puerta. Pepe abrió y allí estaba la niña de cabello café, ojos negros, piel morena y de dulce sonrisa que cuando sonríe se le ven los colmillos un poco más
grandes que sus dientes.
–Hola,Pepe. Quita esa cara, así de mal me veo como un humamo.
–¡Humano!,querrás decir.
–Eso, eso.
–Te ves muy bien, amiga.
–Tú también.
–Te digo algo, Pepe.
–¿Qué?
–Fue lindo estar en tu sueño. Espero que hayas aprendido la lección y dejes de quejarte.
–Sí, araña. Lo que importa es que todos tenemos cosas valiosas, somos únicos en el mundo.
–Así es Pepe, de cualquier forma debemos ser felices.
–Sí, gracias a ti lo entendí.
–¿Y ahora qué hacemos, Pepe?
–Vamos a divertirnos como un murciélago y una araña.
–¡Sí!
Los dos amigos se abrazaron y salieron a jugar.