Tenía sólo diecinueve años cuando quedé embarazada y no tuve las suficientes agallas para contárselo a tu abuelo. La tía Bertha puso la cara por mi mientras yo esperaba acurrucada detrás de la puerta de mi cuarto a que pasara lo peor. Recuerdo sentir las mejillas calientes igual que las orejas. Lo peor fue escuchar los pasos de tu abuelo que hicieron chillar la vieja madera de las escaleras de la casa hacia mi habitación. Sentí un terrible retorcijón en el estómago una sensación se guardé por el resto de mi vida.
Dejar el pueblo y viajar a la capital para que estudiara medicina era el sueño de tu abuelo. Por mi culpa todo eso quedó en el bote de basura, por lo menos eso fue lo que pensé. Cuando naciste, todo cambió. Tu abuelo me sorprendió con la noticia que irnos a la capital, me puse muy feliz. Pero que tuviera que trabajar el doble y dejar de verlo no estaba en mis planes, todo para poder mantenernos. Nunca me lo dijo, pero yo estoy segura de que le habría gustado que le diera una mano, que consiguiera un trabajo. Realmente quise hacerlo, pero el hecho de dejarte solo o con un desconocido me produjo esa terrible sensación en el estómago y por eso ni siquiera lo intenté.
Quedarme en casa contigo fue mi decisión, tu abuelo no protestó, era fuerte, también orgulloso e incansable, pero se deterioraba con los años. Recordarlo tan cansado me carcome todavía el alma. Pude ayudarlo y no lo hice, eso fue egoísta de mi parte.
Las noches que pudo fueron el momento del día que más nos gustaba cenábamos juntos, ¿lo recuerdas? Tú, tu abuelo y yo sentados en la mesa, riéndonos de los chistes malos que contaba o de las anécdotas del trabajo, jamás olvidaré el brillo en sus ojos mirándonos sonreír.
Volví a tener esa sensación en el estómago cuando falleció. Una profunda angustia me invadió. No sabía trabajar, no tenía amigos, me perdía entre las calles de la capital, me asustaba el ruido, el tráfico, todo. Por eso regresamos al pueblo a vivir con tu tía Bertha. La pensión que nos dejó tu abuelo nos ayudó a vivir bien, incluso, me alcanzó para estudiar, pero no fui capaz de trabajar, me asustaba conocer gente, tener un jefe, viajar, escribir un informe. Salir, simplemente, salir de casa me generaba tres veces más ese dolor en el estómago. Las dudas me inundaban ¿y si algo me pasaba? o ¿si algo te pasaba? No me atreví siquiera a intentarlo.
En una época creí que todo eso que me pasaba en el estómago era porque estaba enferma, pero en los exámenes no salió nada, el médico insistió en que era una mujer sana, pero yo no pensaba igual, insistí tanto que estaba enferma y mira cómo terminé. Toda mi vida, hijo, toda, creí que arriesgarme era perder, que soñar era perder y que el dolor en mi estómago era una señal de lo que no debía hacer ¿puedes creer eso?
Ahora que estás hecho un hombre, que acabas de cumplir la mayoría de edad vienes a decirme que no vas a ir a estudiar a la capital, porque te sientes enfermo, porque algo en tu estómago no está bien, porque se te revuelve cada vez que piensas en dejarme sola y enferma postrada en esta cama. ¿En verdad crees que te lo voy a permitir? ¡No!, definitivamente, no.
Hijo mírame a los ojos, mírame bien y pon atención: Viví con esa sensación en el estómago mucho tiempo, tarde entendí que ese dolor empezó cuando creí que por mi culpa los sueños de tu abuelo se fueron al piso, que lo había decepcionado y que por mi culpa también había sido fue un hombre frustrado, jamás me atreví a decirle cómo me sentí y no pude estar más equivocada. Tu abuelo no me regañó por quedar embarazada, no me juzgó, nada de eso, por el contrario, ese día entró a mi cuarto me abrazó tenía una enorme sonrisa y lágrimas en los ojos estaba emocionado, pero en ese instante yo no lo vi así, me llené de soberbia, porque la tía y muchos me lo advirtieron y fue lo primero que hice, me enamoré perdidamente de tu padre y me dejó sola. Las cosas que pensaba de mi misma me hicieron mucho daño tuvo que pasar todo este tiempo para recordar con claridad aquel día y las palabras de tu abuelo mientras puso la mano en mi vientre:
Tú eres el pedacito de cielo que nos envió la abuela. No te preocupes hija saldremos adelante.
Te cuento esta historia para que entiendas que todo está aquí, en la cabeza y que el verdadero poder está en tu corazón. Tú decides si acurrucarte y quedarte detrás de la puerta, como yo, o levantarte y enfrentarte a lo que venga.
Yo creé esa sensación en el estómago para justificar por qué no hacía las cosas, por qué no me arriesgaba, por qué me encerraba en casa para no decepcionar a nadie más. Cuando la vida me presentaba a una persona o alguna oportunidad para transformar mi vida me enfermaba del estómago y así huía.
Lamento no haber comprendido esto antes y ya con eso no puedo cambiar el pasado, pero sí ayudarte a entender tu presente y quizás el futuro, aunque por como están las cosas ahora es posible que tengas mucho más que el vacío en el estómago que dices que estás sintiendo hoy. Sé que te emociona vivir en la capital, que te genera curiosidad y que habrás pasado varias noches sin dormir antes de contarme. Pero no eres el único que ha pasado por esto, escúchame bien hijo, todos en algún momento tenemos que enfrentar lo desconocido, el cambio, dejar lo que estamos acostumbrados para sentirnos incómodos, eso a lo mejor no solo te revolverá el estómago, a lo mejor te genere sudor en las manos, que el corazón lata más rápido, quizás, hasta te cueste respirar y se te seque la garganta, muchas sensaciones físicas vas a experimentar, pero las más importantes serán las que crees en tus pensamientos. Y ni hablar cuando te enamores, seguro que vas a sentir todo eso y más.
¿Sabes? cuando conocí a tu padre fue increíble, me entregué a él con profundo y puro amor, pero éramos muy jóvenes para casarnos, por eso las familias acordaron que tu abuelo y yo nos haríamos cargo de ti hasta que cumplieras la mayoría de edad después se encargaría tu abuela paterna y tu padre. Tu abuelo no me contó de ese pacto sino hasta cuando vio que crecías, según él, muy rápido, pero para mí jamás dejarás de ser mi bebé, por eso me negué rotundamente a que estuvieras lejos de mi. Ahora ese acuerdo del pasado te da hoy la oportunidad extender tus alas y volar hacia un mundo lleno de experiencias que te esperan, viajar a la capital, vivir con tu padre y estudiar lo que quieras, estoy segura que no es algo que te quieras perder o dejar escapar.
En conclusión, lo que quiero que entiendas es que está bien sentir esto que dices tener en el estómago que te estremece, pero no necesariamente es porque estás enfermo, funcionó en mi caso, pero no es el tuyo. Algo bueno está por venir, te esperan miles de cosas por vivir, por eso siempre será mejor arriesgarse que quedarse acurrucado detrás de una puerta con pensamientos que no te llevarán a donde quieres ir. Cuando eso te pase, no te quedes ahí sin hacer nada pues es el cuerpo que te habla para que encuentres la razón de esa sensación y actúes. Sé que es demasiada información para asimilar, que no es fácil, pero con el tiempo verás que tengo razón. El cáncer que padezco no es tu culpa, digamos que yo misma lo causé con el poder de creerme siempre enferma, lamento que pasaras por esto sobre todo los últimos años, soy consciente que me faltó la fuerza que abunda en tu corazón, aprovéchala, lánzate al mundo, tú puedes conseguir lo que quieras. Ahora ve y empaca tus maletas, te vas para la capital.