Joven sentada en la cama al lado de la ventana toca la guitarra.

La guitarra de Pablo

Do y Re fueron las primeras notas musicales que Pablo le enseñó a su amiga Catalina.

–Nadie en la clase toca como tú –dijo Pablo.

–Lo dices en broma –respondió Catalina mientras puso la guitarra sobre la cama.

Con colores en las mejillas, Pablo tomó la guitarra y tocó de nuevo las mismas notas, pero no le sonaron tan bien como a Catalina.

–Tengo los dedos gordos y cortos. –Pablo se rió.

–Yo no creo eso –contestó Catalina

Con las manos Catalina se tapó la boca para disimular la risa, pero las muecas de Pablo burlándose de sus dedos terminaron sacándole una carcajada.

–Cuando tu mamá te compre la guitarra, podrás tocar guitarra todos los días, serás una gran cantante.

Pablo alzó las manos al cielo y dijo que Cata sería una gran estrella.

–Sí, ese es mi sueño. Pronto volveré a la escuela y podré aprender más en la clase de música.

Catalina se abalanzó sobre Pablo y le dio un beso en la mejilla.

Al cabo de unos días, Catalina regresó a la casa de Pablo para que le enseñara las notas que había aprendido en la escuela.

–Escuchar lo que aprendimos hoy.

Pablo sonrió y tomó decidido la guitarra y tocó las notas Mi, La, Sol.

–Eso fue todo lo que el profesor nos enseñó hoy.

–Esas notas son muy bonitas, tienen un sonido especial en las canciones. Lo hiciste muy bien Pablo, gracias.

Pablo supo que las notas habían sonado pésimo y que Catalina había dicho eso porque lo quería mucho aunque supiera que lo suyo no era tocar guitarra. Pero Catalina con la sonrisa que dejó ver los dientes blancos y algo torcidos que tenía abrazó a Pablo emocionada:

–Te quiero mucho, Pablo.

–Yo también te quiero Cata.

–¿Te cuento algo?

–Sí.

–Mamá me dijo que pronto podré regresar a la escuela.

–Genial, podremos volver a jugar también.

Pablo saltó emocionado.

–Sí, pero será después de que nos mudemos.

–¿Mudarse? ¿a dónde?

–No sé, por acá cerca, creo.

Catalina alzó los hombros como dando a entender irrelevante, lo más importante era  volver a la escuela. Pero a Pablo sí le preocupó y con la mirada en el piso sintió un vació en el estómago, pero no le dijo nada.

–Pablo, ¿puedo preguntarte algo?

–¡Claro!

–¿Tienes helado? Me gusta mucho, pero hace un tiempo que mamá no lleva a la casa.

–¡Sí!, mi mamá compró un pote de vainilla la semana pasada. ¿Quieres uno?

–¡Sí!

–¿Carrera a la cocina?

–Noooo

–Vamos Cata, anímate.

–Está bien Pablo. ¡Te voy a ganar!

Catalina salió a correr y Pablo detrás. Bajaron las escaleras, atravesaron la sala, el comedor de la casa y llegaron al tiempo a la cocina. Se sirvieron dos copas de helado de vainilla y le pusieron una galleta de chocolate. Después jugaron a las escondidas y luego se quedaron dormidos en el sofá de la sala. Sandra, la mamá de Catalina, pasó por ella entrada la noche.

Pablo se levantó para despedirse de Catalina y apenas cerró la puerta, corrió a buscar a su mamá:

–¡Mamá, mamá!

–¿Qué son esos gritos, hijo? Estoy aquí arriba.

Pablo subió rápido las escaleras.

–¡Catalina va a volver a la escuela!.

–¿De qué hablas, Pablo?

Ana, que estaba en la cama, le pidió a Pablo que se acostara a su lado y mientras consintió su rostro…

–Hijo, la situación en casa de Catalina es muy difícil, por eso se van.

–¿Se van? ¿cuándo? eso no fue lo que me dijo Cata.

–Ella no lo sabe todavía. Su mamá se lo dirá esta noche.

–No quiero que se vaya. Mamá, no quiero.

–Lo sé, hijo, lo sé.

Pablo lloró hasta que se quedó dormido.

Al día siguiente Pablo no fue a la escuela. A escondidas muy temprano en la mañana tomó la bicicleta y se fue. Cuando llegó a la casa de Catalina, tiró la bicicleta en el ante jardín y corrió a tocar la puerta. Nadie le abrió. Pablo gritó¡Cata! Pero tampoco respondió.

En la esquina, Catalina estaba en el asiento de atrás del auto de la mamá que esperaba a que el semáforo cambiara. No sirvió de nada que insistiera en ir a la casa de Pablo, porque para Sandra se negó rotundamente, para ella las despedidas eran muy dolorosas y no quería que Catalina pasara por eso.

–¿No vamos a volver?

–No creo Cata, no creo.

Con lágrimas en los ojos, Catalina se volteó a mirar por la ventana de atrás del carro cuando vio a Pablo sentado en el anden de la calle. Enseguida se bajó.

–¡Pablo!

–¿Catalina vuelve al auto? –gritó su mamá.

–¡Cata! –gritó Pablo.

Pablo y Catalina corrieron a reunirse. Se abrazaron con fuerza en la mitad de la calle.

–Llévate mi guitarra.

–No Pablo, claro que no.

–Llévatela Cata, por favor. Quiero que esté siempre contigo y que nunca dejes de tocarla, te dije que serás una gran cantante.

–Pero, Pablo yo…

–Tómala Cata, es tuya.

–Pero, ¿y la clase de música?

–Tengo los dedos gordos y cortos, ¿lo recuerdas?

–Prometo que regresaré y te la devolveré.

–Lo sé. Ya eres una estrella.

Los dos soltaron a reírse.

Con la cabeza por fuera de la ventana del auto, Sandra llamó varias veces aCatalina:

–¡Vamos, hija! Tenemos que irnos.

Con lágrimas, pero con una gran sonrisa, Pablo y Catalina se despidieron.

En la mitad de la calle, Pablo vio como su amiga se alejaba con la guitarra en la espalda.