Hola, querido diario:
Esta mañana tuve suerte, porque ningún fanático religioso estaba cerca del campamento donde vivo, que es el que tiene la puerta más grande y segura de la zona y a la que tanto me costó acostumbrarme ver, sobre todo, durante los primeros días.
Todo en este lugar nuevo lugar donde estoy es tan extraño para mí, incluso, hasta el olor que me cuesta describir y cómo no, si queda en medio de todo y de nada, en el desierto y el aparente mar cuya vista es hermosa, así sea superficial pues no es el mar de olas que vienen y van sino agua estancada. La atmósfera que percibo, quizás, porque llevo tan poco tiempo, creo solo la entiende quien vive aquí, rodeado de costumbres tan distintas a las nuestras, de creencias y comportamientos absurdos para nosotros los expatriados como algunos nos llaman.
El susto que pasé hoy mi querido diario fue más impactante que el que tuve una vez en un vuelo que aterrizó con demasiada turbulencia en de Frankfort. La sensación de libertad doblegada por el miedo propio y ajeno de las circunstancias se sintieron mucho más intensas.
La temperatura estaba alrededor de los cuarenta grados, un verano inclemente siendo apenas las 9:30 a.m. Habíamos terminado la clase de Tabata, un entrenamiento que no había practicado antes. Tizamar y yo acompañamos a Danmar, la entrenadora, a la enorme puerta de acero de la entrada del campamento buscando sombra y una banca mientras esperábamos que llegara el taxi. Pasaron unos minutos y como no llegó fuimos hasta la portería a preguntarle a los guardias saudíes, creo, que poco o nada hablan inglés si algún taxi estaba afuera, porque además el taxista no hablaba inglés, así que la comunicación era cero, una situación que puede desesperar a cualquiera.
Nos pareció normal pedir a los guardas que abrieran el enorme portón para ver si el taxi había llegado, nos miraron súper raro, en ese momento pensé que quizás era porque no estaban acostumbrados a vernos.
Danmar y yo salimos como si nada hasta el andén de la avenida de doble carril a pocos metros de la portería para ver si el dichoso taxi venía. Tizamar se quedó como estática, sin exagerar muy quieta, la expresión de rostro era de susto, así la recuerdo. Le hice señas con la mano que si todo estaba bien, ella movió la cabeza de lado a lado y luego gritó:
No puedes hacer eso, no puedes estar así. Éntrate Angie ¿quieres latigazos? Cuando dijo latigazos a partir de ahí todo para mí pasó como en cámara lenta, aunque mi reacción si fue inmediata. Me miré, en unos segundos no sentí calor, solo escalofrío que sentí por todo el cuerpo. ¡Mierda, la abaya! La túnica negra que todas las mujeres obligatoriamente deben usar en la calle.
Y ahí estaba yo, mi querido diario, en plena vía de dos carriles con ropa deportiva, camiseta esqueleto y leggings, ajustado como es lo corriente. Había dejado mi abaya en el gimnasio, señal de que aún no me acostumbraba. Danmar, en cambio, sí la tenía puesta. Corrí, aunque me pareció que no lo hice de verdad, nos entramos enseguida.
Me pesaban, las piernas, Danmar chistó que era por el entreno, pero la verdad estaban así del puro y físico susto de pensar las consecuencias de que algún fanático musulmán me viera en esas fachas.
Las historias que te cuentan cuando recién llegas a Arabia la mayoría tienen que ver con incumplir las reglas, si no usas la abaya no solo te meten a la cárcel sino que te ganas unos cuantos latigazos. Si una mujer intenta emanciparse, como ya ha pasado, el castigo es mucho peor, puede ser incluso condenada a pena de muerte. Cosas por ese estilo cuentan las más antiguas. Se siente como estar en otro mundo, aunque literalmente es así, pero más como en una película, porque no crees que eso sea real hasta que algo como lo que me pasó hoy te sucede, por descuido, por lo que sea, ahí comienzas a ver que todo eso que dicen es cierto, lo investigué esta misma tarde y lo que leí no vale siquiera la pena escribirlo, es absurdo que esa clase de castigos suceden en esta época donde supuestamente somos más evolucionados, no es este el caso, definitivamente, no.
El taxi de Danmar nunca llevó tuvo que llamar otro que tardaría en llegar unos veinte minutos. Cuando entramos al campamento, los guardas no dejaban de mirarme, Tizamar siguió con la cara de angustia y con toda la razón, me había expuesto demasiado, no usar abaya es violar la ley, pero una cosa es escucharlo, y otra, hacerlo con o sin intención eso es lo que menos importa. Te confieso querido diario que no sólo estaba abrumada sino molesta por semejante descuido. Violar las reglas no es algo que haces a propósito y menos en este lugar.
Hoy me di cuenta que me está costando acostumbrarme a esta cultura a quién quiero engañar, estar aquí ha sido una de las decisiones más complejas que he tomado.
Mientras caminamos hasta mi casa la número 108 pensé lo diferente que es estar dentro del campamento y fuera de él. Adentro los expatriados intentamos hacer que la vida sea lo más normal posible, no es obligatoria la abaya, no hay restricción de género, ni de horarios para que una mujer y un hombre usen el gimnasio al mismo tiempo y tampoco la regla de usar vestidos de baño que parecen más un traje de buceo que uno de verdad. Son pocas las mujeres ninja que andan por el campamento luciendo sus abayas tan largas que limpian el piso a su paso.
La sensación que me produce ese vestuario con la cabeza y el rostro cubiertos es de misterio, los ojos son lo único que se les ve y no sé si aplique el dicho que sean el reflejo del alma, pues las miradas todavía para mí, aquí son de extrañeza y prevención.
Ninjas con vestido es uno de los apodos que usaré para tratar de comprender la impresión que me produce cada vez que me las encuentre, sobre todo en los interminables pasillos que conduce a los baños de mujeres de uno de los centros comerciales más grandes que además es uno, sino el más lujosos que hay en la ciudad.
El otro apodo será el de las almas en pena, las mujeres más devotas, si así pueden llamarse, que usan guantes y se cubren con un velo negro totalmente su rostro, según entiendo, para evitar aún más que cualquier hombre pueda siquiera mirarlas. Es realmente espeluznante verlas, porque además el color negro predomina tanto por todos lados que llega a un punto que me fatiga. Menos mal las extranjeras no estamos obligadas a usar todo ese ajuar, solo las abayas que en su mayoría, adivina diario de qué color son.
Y aunque algunas optamos por combinar negro con gris, otras azul oscuro, lo cierto es que es una obligación cubrirse nos guste o no. Confío en que más temprano que tarde algunas cosas cambien o mejoren, por lo menos para las nuevas generaciones que al parecer cada vez están menos de acuerdo en continuar con tradiciones tan radicales, como el uso abaya, que la mujer no pueda conducir y tampoco trabajar, eso dijo Shaima, una joven estudiante que conocí en la escuela de inglés. Otro día, mi querido diario, te hablaré de ella. Noviembre 2017.