Fue en el mes de mayo de 2019 cuando comenzó la aventura. Lo que empezó con la idea de un espacio para escribir terminó en el entrenamiento de @pathofyoga.co.uk Durante un mes compartí con personas de diferentes nacionalidades, pero con un objetivo en común, completar horas de vuelo, que en este caso era contar con las horas para certificarse como instructores de yoga, algo en lo que no estaba interesada y que terminó por brindarme una de las mejores experiencias de mi vida, conectada verdaderamente con la naturaleza, el cuerpo, la mente y el alma. Un viaje al interior que reveló asuntos del pasado que debía solucionar y creencias que debí cambiar, algunas para adaptarme y no desfallecer ni renunciar a la experiencia como estuvo a punto de pasarle a mi querida Haidy, una hermosa británica que llegó a Tailandia con la idea de deshacerse de sí misma para volver al origen y en ese proceso muchos altibajos pasamos juntas y que hoy puedo decir que valieron todos la pena.
El día comenzaba a las 5:30 a.m. si quería estar en punto de las 6:00 a.m. sentada sobre el tapete de yoga, enfrente del profesor y lista en posición de meditación. Tres horas de práctica en la que permanecimos en Antar Mouna, una técnica de meditación que significa silencio interior, es decir, que no hablábamos durante ese periodo de tiempo hasta después del desayuno. La experiencia de no hablar en la mañana fue revelador, realmente hace que estés más enfocado en el presente. Después del desayuno y hasta la 1:00 p.m. eran clases sobre diferentes temas como los principios de un yogui, anatomía y hasta estrategias de negocio para lo que querían emprender con un estudio de yoga.
La jornada terminaba a las 6:30 p.m. donde teníamos el espacio para cambiarnos para la cena que generalmente se servía a las 7:00 p.m. El calor de Tailandia era bastante fuerte, tuvimos tardes a temperaturas que superaban los cuarenta grados, muy intensas para lograr la práctica de las posturas, por eso el esfuerzo físico y mental era mayor. Especialmente para mí, que solo pensaba en encontrar el espacio para ponerme a escribir.
Cada jueves compartimos la experiencia de la semana, era un espacio para hacer catarsis, varios compañeros lloraban y se desahogaban contaban lo que era estar en ese lugar y momentos difíciles de sus vidas. Un jueves cualquiera levanté la mano para participar y aunque tenía en la mente hablar de lo bien que me sentía, terminé hablando de lo frustrada que me sentía a veces en la práctica por la falta de flexibilidad y algunos dolores que me producían unas posturas. De un momento a otro comencé a llorar, a mi mente un recuerdo doloroso cuando era niña que pensé que había olvidado. No tuve el valor para contarlo, pero fue muy revelador, comprendí que muchas partes de mi cuerpo contraídas estaban relacionadas con ese momento en particular. Hallé razón a muchas cosas de mi vida, de relaciones románticas, familiares y la personalidad que me había formado. Por qué no quise volver a participar en las actividades del colegio que acostumbraba no faltar: el coro, el grupo de danza y guitarra, el de fútbol y baloncesto, simplemente me aislé.
Perder la flexibilidad fue una forma de sobrellevar el miedo a lo que viví y callar lo que me había pasado. Fui una adolescente desconfiada, por suerte me mantuve soñadora y fuerte, o por lo menos, así me mostré, capaz de hacer lo que quisiera, con quien quisiera y en el momento que fuera. La experiencia de mayo tenía muchas cosas para mí y si todo eso me había pasado apenas empezando no me imaginaba lo que vendría después.
En Patreon encuentras el final de esta increíble historia. No te la pierdas.