Era casi la media noche, Darío y Ana llegaron al apartamento en el piso sexto del edificio Mirador. Ana, que cerró la puerta de un totazo y continuó con la discusión que había comenzado en el restaurante donde fueron a cenar con los compañeros de su esposo. Los coqueteos con Susana, que era la asistente, hicieron que la blusa de seda se le pegara en las axilas en el pecho como consecuencia del incómodo momento en el que, según ella,Darío correspondió las miradas y las risitas melosas y que todos en la mesa alcahuetearon.
Durante el trayecto al apartamento, Darío intentó convencer a Ana de que estaba equivocada y que todo lo que dijo de Susana era producto de su imaginación y del delirio de ansiedad que sufría, pero ni así logró que cambiara de opinión, todo lo contrario, nadie pudo sacarle de la cabeza que entre esos dos había algo.
Darío llegó directo al mini bar, se sirvió un trago de whisky y fue hacia la habitación.Con la paciencia al límite y tratando de ignorar la voz y la cantaleta de Ana que una y otra vez insistió sobre el supuesto romance con Susana. De no ser por el tremendo estruendo que vino de la calle, la pelotera entre ellos habría sido inevitable.
Darío y Ana corrieron hacia el balcón. Una camioneta había chocado contra uno de los árboles del parque. Ambos vieron al conductor, que tenía una gabardina negra, bajarse y caminar de un lado al otro, quizás mareado por el golpe. Aquel extraño sacó del baúl un telescopio, luego una lámpara y por último una silla.
Darío perdió el interés de mirar cuando vio que el hombre se acomodó al lado del árbol y se sentó a observar las estrellas que esa noche iluminaron especialmente el firmamento y le pidió a Ana que se fueran a dormir a ver si por fin dejaba de escucharla, pero ella no quiso y se fue para la sala sin dejar de reclamarle por lo que había pasado en la cena. Ana regresó a la habitación con el celular que dejó caer cuando vio en la pantalla la cantidad de llamadas perdidas de un número desconocido.
Darío, que estaba arropado hasta la cabeza con las cobijas, había cerrado las cortinas y apagado la luz. Ana se acercó de nuevo al balcón y con mucho cuidado movió la cortina para espiar al extraño de la gabardina que caminaba de un lado para otro mientras fumaba. Desde su celular Ana marcó a la línea de emergencias, pero cuando le preguntaron cuál era la suya no pudo responder. La luz fuerte que vino de abajo le encandiló los ojos y colgó la llamada. Asustada corrió a meterse en la cama.
–Apaga la luz Ana, por favor.
–Quisiera pero, pero no puedo.
–¿Cómo que no puedes? No me hagas levantar. ¡Apaga la luz ya!
–Yo...yo ya te dije que, que no puedo.
Darío se quitó las cobijas de encima y la luz que provenía de afuera desapareció. Consternado, se sentó al borde de la cama y sintió que Ana temblaba.
–¿Qué tienes Ana?
–Ese hombre, ese hombre me apuntó con su lámpara.
–¡¿Qué dices?!
Darío se levantó y fue hasta la ventana, pero el hombre de la gabardina estaba sentado al lado del árbol, exactamente como lo vio la última vez, con el telescopio y la lámpara enfocados al cielo del lado opuesto al edificio.
–Ana,¿te tomaste las pastillas?
–Tel o juro Darío, ese hombre me apuntó con su lámpara cuando yo estaba…
–Y yo te juro Ana que un día de estos no voy a soportar más tus inventos.
–No me estoy inventando nada.
Ana se levantó nerviosa pero más molesta y le entregó el celular a Darío:
–Compruébalo tú mismo.
Con la ceja levantada y la sonrisa burlona, Darío tomó el celular y marcó a la línea de emergencia sin perder de vista al extraño de la gabardina mientras Ana volvió a la cama.
–Buenas noches, ¿cuál es su emergencia? Aló, ¿me escucha? ¿Hay alguien ahí?
El celular cayó al piso. Ana se levantó y corrió para ayudar a Darío que de la impresión no podía moverse.
–¿Ahora sí me crees, cariño? Ana puso sus manos sobre los hombros de Darío.
–Sólo es una coincidencia. No seas irónica.
–No estoy siendo irónica, solo digo que es mucha coincidencia que justo cuando… Estás temblando.
Darío se quitó de la ventana y la oscuridad volvió a la habitación.
–No estoy temblando, Ana. Deja de decir tonterías.
–No son tonterías, digo lo que veo. Estás más asustado que yo.
–¿Porqué no viene la policía? Y si es un terrorista...
–¿Terrorista?No exageres cariño, que suenas a mi.
Ana se rió y Darío la miró como si fuera la culpable de aquel accidente en frentedel edificio.
–A lo mejor se la fumó verde.
–¿Estás loca? No sé por qué pregunto eso si ya se la respuesta dijo Darío en voz baja y entró al baño para lavarse la cara, mientras Ana no paraba de hablar:
–Si crees que estoy loca por lo menos deberías tener el valor de decírmelo a la cara. A ver si todavía te quedan pantalones.
–¿Pantalones?
–Cariño, suéltame que me haces daño.
–¿Qué tienen que ver mis pantalones con el tipo que está afuera? Respóndeme eso Ana,¡responde!.
–¿Qué no lo entiendes? Eso que pasó allá afuera ha sido lo más emocionante que nos ha pasado en meses. Gracias a ese hombre estás despierto.
–No vuelvas con lo mismo, Ana. Estoy cansado de discutir contigo, por lo menos deberías reconocer que todo esto es culpa tuya.
–¿Culpa mía? De qué carajos hablas, Darío. Dime, qué tiene de malo querer sentir tu cuerpo, tus caricias. Mira como te pones cuando me acerco.
–Saca tus manos de mi pantalón. Por qué mejor no vas y le haces eso al de la gabardina que está allá abajo.
Ana salió furiosa del baño y mientras caminaba hacia la ventana, dijo en voz baja...
–Pues sí, debería bajar. Me gustan los hombres con gabardina, a lo mejor y… ¡Pero qué diablos!
Ana gritó y Darío salió despavorido del baño.
–¿Y ahora qué pasó?
Desde el balcón no creyeron lo que vieron. En el parque, el caos era mancomunal, luces de la policía y de los bomberos alumbrando de lado a lado los edificios, muchas personas en el parque alrededor del lugar del accidente que habían acordonado como en las escenas de crimen de las películas. Lo extraño, el telescopio, la lámpara y la silla, al lado del árbol menos el extraño de la gabardina.
Desconcertados,Darío y Ana se sentaron sobre la cama:
–Por lo menos llegó la policía, que era lo que querías, ¿no?
–¿Qué no te das cuenta, Ana?
–Se puede saber ahora ¿por qué carajo me gritas?
Darío se tomó la cabeza con las manos y comenzó a caminar de lado a lado de lahabitación.
–HablaDarío que me estás asustando.
–Si la policía viene a nuestro apartamento...
–¿Y por qué vendría la policía?
–¿Cuántas veces llamaste a la policía mientras yo intentaba dormir?
–¿Porqué me preguntas eso?
–¡ContéstameAna, ¿cuántas veces?!
–No sé, no puedo pensar, estoy confundida. Me duele la cabeza.
–La línea de emergencias tiene el registro de las llamadas que hicimos, no demoran en venir a preguntar por qué colgamos, ¿no crees?
–No, no creo. Estás más paranoico que yo. Si quieres te traigo una de mis pastillas a lo mejor con eso te calmas y te animas a hacerme el amor.
Ana soltó a reírse. Darío no dejaba de caminar por la habitación.
–Darío, si viene la policía contamos lo que vimos y ya.
–No entiendes nada Ana. El punto es que no estoy seguro de lo que vi.
–Cómo que no estas seguro si los dos estábamos en el balcón. La camioneta se estrelló contra el árbol, el hombre de la gabardina se bajó y sacó unas cosas del baúl y bueno, después decimos que nos apuntó con la lámpara y que nos encandelilló los ojos y…
–Ana, ¡no me estás escuchando!
–Sí, te estoy oyendo, y creo que te volviste loco.
–Tú, tú me vuelves loco.
–¿Yo?
–Sí, tú.
–Necesito un trago.
Darío volvió a la sala por otro whisky. Ana como de costumbre, detrás de él y sin parar de hablar.
–Contaremos las cosas tal y como pasaron y que el hombre me apuntó primero a mí y yo me asusté, como cualquier mujer lo haría. Y en cuanto a ti pues… diremos lo mismo.
–¿Qué?que me asusté como una mujer, como un marica. Estás burlándote de mí, ¿cierto?Te conozco Ana eres maquiavélica.
–Pues sí, lo soy y qué, o sea no, estoy bromeando. Darío entiende que tu actitud me pone más nerviosa, además con eso de que no estás seguro de lo que vimos. Mejor voy por mis pastillas, comienzo a sentir que me falta aire.
Ana regresó a la habitación y alzó el celular que estaba en el piso al lado del balcón. Más llamadas perdidas y once mensajes de voz y en seguida entró en pánico. Tiró el celular a la cama y comenzó a doblarse sus dedos delas manos hasta hacerlos traquear. Luego respiró profundo para agarrar el celular y marcar el buzón.
Mensaje recibido a las nueve pm:
–Hola, Johana, soy yo, Oscar. Debería decirte Ana, por que ese es tu verdadero nombre, ¿no? Lo sé todo, pero no te preocupes. Te llamo, porque necesito escuchar tu voz. Márcame tan pronto escuches este mensaje.
Mensaje recibido a las nueve y quince pm:
–Hola, Ana, soy yo de nuevo, Oscar. Solo quiero escuchar tu voz.
Mensaje recibido a las nueve y veintitrés pm:
–Ana después de lo que pasó en el hotel no he podido sacarte de mi cabeza. Compré una botella del ron que te gusta. Llámame, por favor.
Mensaje recibido a las nueve y cuarenta pm:
–Johana, perdón, Ana. Soy yo otra vez, Oscar. Ahora que te encontré no quiero perderte. Necesitas saber que en el hotel tu y yo... Mejor te lo digo personalmente. Llámame.
Mensaje recibido a las diez pm:
–Ana, estoy en el carro dando vueltas por la ciudad. No dejo de pensarte. La música romántica de la radio me recuerda a ti y brindo por eso. Acaba de ocurrírseme que tu y yo deberíamos ver juntos las estrellas de esta noche maravillosa. Te amo, te amé desde el primer día.
Mensaje recibido a las diez y once pm:
–Ana, acabo de verte con el cabrón de Darío, tu marido. ¡Maldita sea!. Llámame...¡zorra! o te vas a arrepentir.
Mensaje recibido a las diez y cincuenta pm:
–Discúlpame Johana, Ana, ya no sé ni como decirte. No quise, te lo juro que no quise decirte zorra. Soy un imbécil. Casi acabo la botella de ron de un sorbo cuando te vi afuera del restaurante
Mensaje recibido a las once y ocho pm:
–Ana, Johana, como sea. Si escuchaste mis mensajes debes estar preguntándote por qué conozco a tu marido. Déjame explicarte. Por favor, contesta.
Mensaje recibido a las once y cuarenta y siete pm:
–Ana, te mentí. No soy médico, soy economista. Pero te juro que cuando te conocí no sabía que eras la esposa de Darío. Necesito verte.
Mensaje recibido a las doce y tres am:
–Ana, estrella de mi vida, mi amor. Tuve un pequeño accidente. No fue nada grave, no te preocupes. Me pasé de tragos, perdóname.Haría cualquier cosa para verte una vez más.
Mensaje recibido a las doce y veintiséis am:
–Ana, te vi asomada a la ventana. Soy yo, Oscar. Baja por favor, son solo cinco minutos que te pido.
Ana terminó de escuchar los mensajes y comenzó a hiperventilar. La blusa estaba empapada de sudor y no pudo controlar el temblor en las manos. Destapó el tarro de pastillas con la intención de tomárselas todas, pero con el susto que le pegó el timbre del apartamento, todas quedaron regadas en el piso. Ana corrió ala sala.
–No podemos abrir, Darío.
–Suéltame,Ana ¿qué te pasa?
–Por favor, por favor, no abras, cariño, te lo ruego.
–¿Porqué no? ¿qué le pasó a tu blusa? y ¿por qué hablamos así?
–¿Así cómo?
–Pues así, en voz baja. ¡Qué estupidez! Voy a abrir.
–Espera, espera, Darío, por favor. Antes de abrir la puerta tienes que saber que yo…
–Ana, tranquila. Yo me encargo de hablar con la policía.
–¿Cómo sabes que es la policía?
Ana se secó el sudor de las manos en el pantalón.
–¿Y quién más podría ser? ¿El hombre de la gabardina? La sonrisa de burla puso a sudar más a Ana.
–Relájate, mujer.
–No es gracioso, Darío. Nada gracioso.
–No te entiendo Ana hace unos minutos no tenías problema en que la policía viniera y ahora me ruegas para que no les abra la puerta.
El timbre no paraba de sonar.
–Lo sé, perdóname, son estas malditas pastillas que me ponen muy nerviosa. ¿Sabes?creo que yo tampoco estoy segura de lo que pasó esta noche.
–Me da igual Ana, pero lo mejor es que abramos y rápido.
–Tienes razón. En ese caso mejor abro yo, seguro que a los policías les vendrá bien ver una cara amable como la mía. Sírvete otro whisky.
–Por fin dices algo razonable. Los espero en la sala.
Ana abrió la puerta muy despacio. Los nervios se fueron cuando vio que era Susana:
–¿Se puede saber qué haces en mi casa a esta hora?
–Hola,Ana. Necesito hablar con Darío.
–No seas descarada Susana, en la cena no hiciste otra cosa que coquetearle a mi marido y ahora vienes a buscarlo. No pienso permitir que…
–Deja el show, Ana. No estaría aquí sino fuera urgente.
–No me creas estúpida. Yo conozco las mujeres como tú. Te estás inventando todo esto para separarnos. Reconócelo de una buena vez.
–Sí, si tú lo dices… ¿Contenta?
Ana se quedó sin insultos, no esperaba esa respuesta.
–Estoy bromeando. Obvio que no he venido hasta acá para revolcarme con Darío. Se trata de un asunto mucho más importante que eso.
–Le diré que te llame.
El pie de Susana impidió que Ana le tirara la puerta en la cara.
–Ana, por favor. Se trata del cliente más importante de la compañía que chocó justo aquí en frente de tu edificio, en el parque. Me llamó para que lo ayudara.
–¡¿Qué?!Solo puedo decirte que tuvo suerte de irse antes de que llegara la policía, pero está parqueado a pocas cuadras de aquí y muy dormido. Necesito que Darío me ayude para llevarlo a su casa.
Mientras Ana comenzaba de nuevo a transpirar, las mejillas se le pusieron más rojas de la rabia y aún así dejó entrar a Susana.
–Despierta,Darío es Susana.
Darío, que estaba desparramado en el sofá se había tomado media botella de whisky. Susana intentó levantarlo pero tampoco logró despertarlo.
–Darío esto es serio, dependemos de este cliente para cerrar la negociación de mañana.¡Levántate! Darío ni se movió.
–Tengo que sacar a mi cliente lío, así sea sola. ¿Ahora sí estás contenta? Pues disfruta Ana, porque cuando consiga el contrato, Darío será el primero en irse de la compañía. Ana comenzó a traquear los dedos.
–Con que un cliente nuevo, ¿ah? y ¿cómo se llama?
–No te hagas, Ana. Bueno me voy, no tengo tiempo para esto y ya no importa.
–Espera, Susana, cálmate, estás muy ofuscada y yo solo estoy tratando de entender la situación.
–Y mientras lo haces hay muchos policías alrededor y millones de dólares en juego. No sé por qué vine hasta aquí.
–Está bien, está bien. Te voy a ayudar, pero con una condición.
–Habla rápido, Ana.
–Vamos en mi carro, pero luego yo manejo la camioneta de tu cliente mientras tu nos sigues. Es que una persona ebria puede decir tantas cosas... Yo lo sé, porque cuando Darío toma…
–No sé a dónde quieres llegar Ana, pero no hay tiempo para eso, mejor vámonos ya.
En la habitación y con la excusa de cambiarse la camisa, Ana llamó al número desconocido para hablar con Oscar, el susto que se pegó fue porque no esperaba que el número desconocido que había marcado celular comenzó a sonar en su propia casa. De inmediato colgó y regresó a la sala y apresuró a Susana que estaba tomándose un trago de ron. Con el abrigo y la cartera en las manos, Ana salió del apartamento con Susana.
–Mira, Ana, llamada perdida de una tal Estrella en el celular de mi cliente.
–¿Así? Mejor apurémonos tú dijiste que no teníamos tiempo.
–Estoy segura que es la mujer de la que está enamorado mi cliente.
Ana, que estaba parada en la puerta, esperaba que Susana entrara al ascensor…
–No me interesa saber los detalles. Guarda ese celular hay que respetar la vida privada de las personas.
–Pero, mira quién te entiende, hasta hace un momento querías saber el nombre de mi cliente, y ahora que quiero contarte, ya no te interesa. No sé cómo te aguantaDarío.
–No, no lo sabes y por favor Susana te pido que no me provoques. Salgamos.
–Voy a devolverle la llamada a la tal Estrella, a lo mejor le interesa y viene…
–¡No!no hagas eso. Quiero decir, es la vida privada de tu cliente y no me parece que debas...
Ana le arrebató el celular de las manos a Susana, lo puso en silencio y lo metió en su cartera. Luego la tomó del brazo y casi arrastrándola la obligó a caminar por el parqueadero e donde tuvo la sensación que alguien las seguía, por eso volteó a mirar por todos lados varias veces, pero no comentó nada a Susana. Salieron del edificio y tomaron el atajo que Susana sugirió para evitar pasar cerca de la policía. Ana miró de lejos hacia el parque, intentó respirar profundo pero sintió que el aire le faltaba. Susana, que sonrió disimuladamente como si le alegrara verla nerviosa, le pidió que estacionara más adelante del semáforo para evitar levantar sospechas.
Susana se bajó del carro y le insistió Ana que se quedara ahí hasta que ella la llamara. Ana recostó la cabeza sobre el asiento, puso las manos sobre el timón y cerró los ojos tratando de controlarla respiración y los latidos del corazón.
Camino a la camioneta del cliente, Susana llamó a la línea de emergencias.
–Buenas noches, ¿cuál es su emergencia?
–Gracias.Quisiera reportar dos autos sospechosos que están estacionados a unas cuadras del parque donde ocurrió un accidente, cerca al edificio el Mirador.
–¿Puede confirmarme si hay personas adentro de los vehículos? ¿Aló? ¿me escucha?
Alguien tomó por la espalda a Susana y le puso un pañuelo sobre la cara. Patadas, puños al aire y gritos silenciados dejaron de luchar, los ojos de Susana se cerraron en contra de su voluntad. Mientras tanto, Ana, que continuaba dentro del carro y con los ojos cerrados había logrado calmarse un poco hasta el tremendo ruido de la puerta de su auto que se abrió y así mismo se cerró.
–¡RápidoAna! enciende el auto antes de que llegue la policía.
Continuará...