En la inmensidad de la noche,
bajo el frío bogotano,
ella me exige que abandone
la copa de vino blanco.
Me tomo un trago y te sigo -le digo.
Ella abre de aposta la ventana
y el frío que golpea mi espalda
me hace caer en la cuenta
de mi respuesta desacertada.
Paso saliva, no el vino, lo juro.
Pongo la copa sobre la mesa
y camino detrás de ella.
La siento impaciente,
creo que es una buena señal.
Vamos a la cama-me dice.
Su insinuación me desconcierta.
Le propongo ir al estudio,
es más amplio, hay más luz.
Pero el frío vuelve y me golpea.
De nuevo, ella se molesta.
Entro a la habitación,
me acuesto a su lado.
Le exijo que me diga
qué es lo que se trae entre manos.
Con un timbre especial en su voz,
me desarma y entre sábanas, me seduce.
Me hace reír, me apasionan sus locuras,
Confieso que a veces logra sonrojarme.
Como de costumbre,
me rindo a su imaginación,
me entrego y escribo sin parar para ella.
Pero justo cuando me pongo creativa,
sin dársele nada, me dice que ya es hora,
que me abandona.
Le suplico que se quede,
pero ella o no me escucha o no le importa.
Claro, como cumplió su prometido...
Se levanta, me da un beso en la mejilla,
se despide y se marcha.
Pero así es ella, mi musa,
tú la conoces, la que no duerme,
se amanece, la que interrumpe,
la que no descansa.
Ella llega atrevida y se va impecable.
Disfruta incitarme,
a lo diáfano o a lo turbio,
pero como sea provocarme.
Trato de complacerla, porque me divierte,
pero no deja de ser exigente.
Sentada en la cama
la veo irse sin remordimiento.
Antes de que desaparezca,
le agradezco y le digo que la amo.
Ella me mira de reojo y me dice:
en cualquier parte y cierra la puerta.
Hoy, mi musa no me dejó probar el vino,
no quiso ir al estudio
y me sacudió con el frío.
A lo mejor y vuelva más tarde,
o quizás mañana.
Con ella, nunca se sabe.
Eso sí te aseguro,
ella siempre regresa a mí,
que soy el corazón del que brota su siembra,
el origen del amor en cualquier parte;
simple, libre, osado, eterno e incontrolado.