Mientras cambiaba el semáforo, Tulio se fijó en el aviso de clases de álgebra pegado en un poste de luz.
—A quién, en estos tiempos, se le ocurre algo así.
El chofer volteó a mirar por el retrovisor y sonrió.
—Aunque no lo crea señor, en una época esa clase de avisos funcionó, pero claro, después de que el periódico y la televisión se apropiaron del mundo...
El silencio de Tulio dio a entender que hasta ahí había llegado la conversación. La mente estaba imaginando cómo sería esa profesora de álgebra.
Minutos después, el chofer se detuvo, se bajó del carro y le abrió la puerta. Tulio le dio las gracias y caminó de afán hacia la casa que a penas abrió la puerta lo recibió el olor a sándalo aunque no había dejado ningún incienso encendido.
En el perchero detrás de la puerta colgó con cuidado el abrigo café oscuro y el sombrero del mismo color. El viejo, pero conservado maletín de cuero quedó en el piso al lado del cajón donde dejaba los zapatos. Tulio caminó decidido hasta la mesita donde estaba el teléfono fijo de color verde oscuro. El número que se había grabado sonaba en el marcador rotatorio:
—Hola?
—Sí, ¿quién habla?
—Soy Tulio llamo por el anuncio de las clases de al...
—Olvídelo, ya no voy a dictar clases fue una pésima idea.
—¿Por qué? A mi me interesó.
—Nada raro que usted también sea uno de esos pervertidos que creen que pueden venir con sus...
—Profesora, permítame...
—Pero se equivocan yo no soy una...
—Profesora, ¡por favor!
—Como sea, ya no dicto clases, señor...
—Tulio, mi nombre es Tulio y no soy un pervertido, solo tuve curiosidad cuando leí el aviso, pero fue por...
—¿Por qué? Porque es poco ingenioso, necesitado ¿tal vez?
—Ninguno de las dos. El aviso o mejor usted me devolvió al pasado.
—¿Perdón?
—Cuando era niño jugaba a memorizar los números de cada aviso, en especial los que pegaban en la vitrina de la panadería donde mi padre todas las mañana compraba el pan.
—Seguro que es una historia maravillosa, pero ahora no tengo tiempo estoy por dictar una clase, la última por cierto.
La profesora se arrepintió de colgar, a lo mejor y era alguien amable.
No había dado dos pasos hacia la sala cuando el teléfono volvió a sonar. Entusiasmada contestó en seguida, esperaba que fuera la misma voz que segundos antes había escuchado.
—Profesora, ¿podría ser yo su último alumno?
La profesora respiro profundo y con la misma sonrisa de ilusión de Tulio, aceptó.