El viento despeinó su cabello cubriéndole una parte del rostro mientras el sol que, aún no se ocultaba, iluminaba el espacio donde se encontraba. Otra noche fría se acercaba a la Hacienda Andalucía.
Desde la casa de infancia, Isabel recordaba con nostalgia a sus papás, a Sofía, su hermana menor, y a Minuto, el caballo blanco que los acompañaba a todos los paseos por la Hacienda. El verde de las montañas, la piscina natural, los cafetales, el cultivo de piña y el anaranjado del cielo fueron testigos de todos esos días.
Isabel encontró en el baúl que estaba en la sala al lado de la máquina de coser, el diario que le regaló su mamá cuando cumplió catorce años. El pequeño cuaderno estaba en medio de álbumes de fotos, libros y manteles. Su corazón comenzó a latir más fuerte de la emoción. Cuarenta años después tenía en las manos las historias que escribió cuando era niña.
Isabel llamó a Sofía y le leyó la historia de El anaranjado del cielo:
Hola, diario. Hoy salí de mi cuarto cuando todavía las gotas de lluvia estaban en el pasto, en las flores, en los árboles y en todas las matas que sembró papá alrededor de la casa. El sol apenas se asomaba por las ventanas y yo jugaba con mi sombra que se reflejaba en el piso de la casa. Le gané a Sofía, llegué de primeras a la cocina a saludar a mi mamá. Me gusta mucho el olor del desayuno que se mete al comedor.
Como todas las mañanas, papá trajo la leche recién ordeñada para el chocolate. El desayuno fue huevos revueltos con cebolla y tomate como le gustan a mi papá y a mi hermana, a mí también me gustan, con jugo de naranja y pan. Pero cuando mamá cocina caldo con costilla, le echa huevos y cilantro me gusta mucho más. Yo le echo pedazos de arepa, porque sabe más rico, aunque Sofía diga que se ve asqueroso.
Hoy no tuvimos escuela y por eso me fui con papá al establo para que me enseñara a ponerle la silla a Minuto, ya te había contado diario que Minuto es el único caballo que tenemos. No pude ensillarlo, todavía me da miedo, pero lo montamos a pelo con Sofía y acompañamos a papá y a mamá a pasar las vacas de un potrero a otro.
Mientras mis papás hicieron la siesta después del almuerzo, Sofía y yo nos escapamos a nuestro lugar favorito; Minuto, nos llevó a la piscina de agua natural de la cascada que sale de la montaña. El agua es transparente y desde allí escuchamos los pajaritos cantar, los grillos y toda clase de ruidos de la naturaleza. El sol cae directo a las piedras y luego a la piscina. Mi hermana y yo somos muy felices en este lugar. Nos reímos mucho cuando intercambiamos los vestidos de baño, yo me puse el de Sofía que es azul agua marina con blanco y ella se puso el mío que es morado con amarillo. A mí me quedaba grande y a ella apretado, porque es más alta que yo.
Antes de saltar a la piscina siempre nos agarramos de las manos. A las dos nos da miedo, pero no decimos nada, solo nos miramos y ya. Tenemos un trato: la primera que sale del agua, siempre, siempre ayuda a la otra. Después intentamos dar botes debajo del agua, casi nunca puedo, porque se me mete el agua por la nariz, pero Sofía sí. Es muy divertido verle la cara que pone cada vez que lo logra, me gusta ver a mi hermana feliz.
Nunca nos quedamos hasta tan tarde en la piscina, pero hoy fue especial, el anaranjado del cielo estaba tan bonito, jamás habíamos visto el cielo así, jamás. Nos quedamos un rato más. Después nos cambiamos rápido, nos subimos en Minuto. Sofía se quedó dormida sobre mi espalda y yo sobre el lomo de nuestro caballo. Nos dimos cuenta que se desvió del camino cuando el horrible sonido que escuchamos nos despertó. Sofía gritó tan duro que casi me deja sorda y por poco nos caemos de Minuto.
Saqué la linterna de la bolsa que llevábamos y alumbré el camino, una vaca estaba atascada en un charco, solo tenía la cabeza por fuera. Nos asustamos muchísimo. Me bajé de Minuto, agarré un palo para empujar a esa vaca, pero era demasiado pesada. No pude ayudarla y me puse a llorar. Me metí en el charco, pero Sofía me sacó. No te imaginas diario el miedo que había en los ojos de esa vaca, era más fuerte que el de mi hermana y yo. Quisimos ayudarla, pero las dos no teníamos tanta fuerza para sacarla.
Lo que hicimos después fue muy arriesgado. Volvimos a metimos al charco y entre las dos pusimos un palo de lado a lado, pensamos que así la vaca podía pararse ahí y salir, pero tampoco funcionó.
La luz se había ido, el anaranjado del cielo pasó a ser nubes grises. Mi hermana tenía sangre en una mano, se había arañado con algo cuando pusimos el palo y le dolía mucho. Intentamos avanzar, pero estábamos en medio de arboles donde era muy difícil seguir con Minuto y no quisimos dejarlo ahí. Me bajé del caballo y le prometí a Sofía que regresaría con papá. Ella se puso a llorar, yo también, pero pensé que buscar a papá era una gran idea. Para tranquilizar a mi hermana le dije que prendería la linterna mientras subía la montaña para que se diera cuenta donde estaba. Recuerdo que nos abrazamos muy fuerte. Las dos teníamos miedo, pero no dijimos nada de eso. Yo sentí lo mismo que me da en el estómago antes de lanzarme a la piscina, como cosquillas en el estómago.
Saqué la manta de la bolsa para que Sofía se arropara, hacía frío y ya teníamos hambre. Nunca habíamos pasado por ese lugar y Minuto menos, pero teníamos la esperanza de que papá salvara a la vaca.
Las piernas me dolieron de tanto caminar y me salieron ampollas en los pies. Prendí y apagué varias veces la linterna para que Sofía me viera. Cuando llegué a la cima de la montaña vi la casa de AndaLucía, quise sentarme, pero le había prometido a mi hermana que regresaría por ella.
Solo recuerdo que llegué Andalucía casi sin poder respirar y con la linterna apagada, se le habían acabado las pilas. Mis papás me abrazaron y lloraron estaban muy preocupados. Me quedé con mamá mientras papá y los trabajadores fueron por Sofía y por Minuto.
Papá nos contó que el palo que pusimos con Sofía lo enterraron más fuerte y que eso ayudó a los trabajadores a sostener el otro palo que le pusieron encima para que la vaca se impulsara. La jalaron con cuerdas y pudo salir. Nos pusimos muy tristes, porque el ternero, Canelo, así lo bautizamos con mi hermana, se quedó sin mamá, pero prometimos cuidarlo muy bien.
Hoy mi querido diario fue un gran día, hicimos el trato de que papá, mamá, Sofía y yo veríamos juntos el anaranjado del cielo, unas veces en la piscina natural, otras, desde la cima de la montaña o sentados afuera de la casa de la Hacienda Andalucía y además, nos van a regalar otro caballo, mamá dijo que estaba embarazada y tendría a nuestro hermanito. Sofía y yo les prometimos que también lo cuidaríamos mucho.