La intransigencia de un padre de cuatro hijos, tres niñas que no superan los siete años y un niño que debe estar por entre los tres o cuatro, les impide relacionarse con el entorno. Esto fue lo que originó la historia que vas a leer a continuación.
Por los mismos días que le comenté la idea de hacer la Clase de los Sueños en el lugar donde viven mis padres, mi madre escuchó por la radio a Jessica, una líder comunitaria que invitaba a la comunidad a participar en una campaña de limpieza en un sector rural de la ciudad. Después de que mi madre habló con ella viajé para conocerla.
Era casi mediodía, la temperatura alcanzaba los treinta y seis grados. El punto de encuentro, sobre la vía. Por la actividad que estaba organizando, me imaginé que se trataba de alguien mayor, por eso cuando Jessica llegó en moto y se quitó el casco, me sorprendió el entusiasmo de los años de juventud. Después de presentarnos, la seguimos en el carro. Al desviarnos de la vía principal justo en una curva de la carretera, la señora que estaba sentada bajo la sombra de un árbol, nos hizo señas para llevarla y mi madre no tuvo problema en hacerlo, íbamos para el mismo lugar.
Su nombre era Janeth y en el camino nos contó que la violencia la obligó a salir de la finca donde vivía y refugiarse lo más lejos para olvidar su pasado. Cuando mi madre le contó –aún conservo el recuerdo de la expresión en el rostro y el tono de su voz entusiasmada–, sobre la actividad que queríamos hacer con los niños, la señora Janeth nos ofreció su casa. Un gesto muy generoso teniendo en cuenta que no nos conocía.
Para mí fue muy importante contar con el apoyo de mi madre ese día, verla tan orgullosa de su hija, me embargó de emoción. Gracias a ella, el don de servir.
La señora Janeth nos acompañó en todo el recorrido y nos dijo lo mismo que después escuchamos de la mamá de Jessica, otra líder comunitaria: “…eso sí le digo, aquí hay más viejos que niños, ahí verá…”. Al principio pensamos que era solo un chiste, pero nos dimos cuenta de que era cierto después, pero así fueran tres niños, el amor y la dedicación sería la misma en caso de tener más asistencia. Se trata de impactar corazones de sembrar la escritura y la lectura como parte de su vida.
A pesar de que era época de lluvia, el calor estaba despiadado, la carretera llena de huecos y barro hizo difícil el paso, no sé cómo, pero los motociclistas a punta de maniobras de un lado al otro de la vía lograban pasar. Llegamos al lugar donde se adelantaba la jornada de limpieza. Un grupo pequeño de personas liderado por la mamá de Jessica, una mujer de mediana estatura y caderas anchas con pantalón oscuro, camiseta, botas de caucho, delantal de tela y un sombrero que no cubrió del todo la piel del rostro reseco por los años, el trabajo duro del campo que suele ser ingrato y la inclemencia del clima, nos recibió con un gran saludo de bienvenida. El estrechón de manos fue uno de esos que se siente sincero. Aquella mujer de imponente apariencia era mucho más entusiasta que todos ahí, también nos ofreció su casa aunque fue clara en decir que no tenía sillas.
Antes de continuar el recorrido, aún faltaban unos cuantos kilómetros para llegar, la mamá de Jessica nos deseó suerte, en especial, con don Alcides. Los que estaba ahí se miraron decepcionados, después mi madre y yo entendimos por qué.
–Pare, pare - gritó la señora Janeth. Del susto no preguntamos por qué, solo nos detuvimos. Janeth se bajó del carro y esperó a una moto que venía subiendo: –Es él, seguro que nos ayuda –gritó. Se trataba del presidente de la junta de acción comunal, que por sus kilos de más, casi se cae de la moto. Nos bajamos del carro para saludar y aunque la intención de la señora Janeth fue buena, conseguir las sillas, quizás, el presidente habría accedido a prestar si detrás de la actividad con los niños estuviera conseguir unos votos, pero como no fue así era más importante quedar bien con el candidato que haría la reunión cuatro horas después de la nuestra, tiempo suficiente para devolver las dichosas sillas.
No se puede tener el control de todo y forzar la voluntad que debe fluir de manera espontánea. La falta de disposición del presidente no impidió, en absoluto, llevar a cabo la Clase de los Sueños; ya teníamos dos casas y eso era más que suficiente. Lo más importante era contar con los invitados y protagonistas; los niños.
Fuimos a las casas donde Jessica y la señora Janeth sabían que habían niños para hablar con los padres. La dulzura de mi madre y el entusiasmo de la señora Janeth fueron la mejor presentación, yo me encargué de contarles un poco más para que estuvieran menos prevenidos. Habría sido genial tocar la puerta de más casas, pero la realidad es que de verdad en ese lugar niños habían más bien pocos.
Fue la casa de la loma, la última que visitamos y el lugar en donde surgió la historia Cuando se desgarra el alma.
Más que las palabras de la señora Janeth, recuerdo la expresión de los rostros de los niños que habitaban en la casa de la loma, el vacío en el estómago y la sensación de dolor en el pecho. Aún me cuesta digerir que por la religión el padre de cuatro niños se negara a recibir cualquier clase de ayuda, cualquiera. La mujer también bastante delgada que estaba sentada en la banca afuera de la casa, según la señora Janeth, era la mamá de los niños, que al vernos se cubrió el rostro y la cabeza con una manta y se entró.
El señor Alcides, que casi si nos saludó, continuó cortando el pasto con el machete. Lo obligaron a que pusiera a la hija a estudiar en la escuela y eso fue porque la comunidad puso la queja –dijo Janeth antes de irse, al parecer tampoco ella se la llevaba bien con el señor. Mi madre tomó la vocería y le contó sobre la actividad. Quise acercarme más a la ventana sin vidrio, pero con reja para ver a los niños. No se necesitaba ser un experto para darse cuenta del grado de desnutrición en el que estaban, mi corazón sabe cuánto deseé abrazarlos, pensé que ningún niño a esa edad debería perder el brillo en la mirada. La niña mayor, lo deduje por la estatura, intentó acercarse, pero el sonido del papá que fingió que algo le incomodaba en la garganta, la retrajo. A pesar de lo particular del señor, bajamos de la loma convencidas de que les daría permiso para ir, pues había dicho que sí.
El cuento del Pelirrojo Gabriel abrió la Clase de los Sueños en aquel rincón del país seguido de colores, cartulinas y actividades que hicieron de la tarde un día muy especial para los niños, para mi madre y por supuesto, para mí. Fue una lástima que los cuatro niños de la casa de la loma se perdieran la clase. Era de esperar mija, no se preocupe fue el consuelo de la mamá de Jessica.
De regreso, cuando pasamos por la casa de la loma le dije a mi madre, –no fueron, pero no importa vamos a dejarles el cuento y los colores–. Cuando nos bajamos del carro fue como estar en una escena repetida, el señor cortando el pasto con el machete, la señora sentada en la banca afuera de la casa y los niños cerca de la ventana.
Confieso que me sorprendió muchísimo que los niños salieran corriendo de la casa y que se me acercaran pese al exagerado y fingido sonido de la garganta del señor Alcides. El abrazo de esos niños fue muy especial sin necesidad de palabras. En seguida regresaron a la casa, excepto la niña mayor que se quedó en frente de mí y me miró fijamente, en sus ojos percibí tantas cosas... sentí que el alma se desgarraba de impotencia y de tanta fragilidad al mismo tiempo.
Ésa mirada quedó grabada en mi mente y en mi corazón igual que la sonrisa que la pequeña niña mayor me regaló antes de entrar a la casa de la loma y mientras abrazó el cuento y los colores. Por ése momento y todos los que he experimentado con los niños ya sea en la Clase de los Sueños o en otros espacios, me han ayudado a no desfallecer y a continuar con este proyecto de llevar escritura y lectura, de creer en la escritura con propósito, de sembrar huella en este planeta y dejarlo como legado. Por las piedras que aparecen en el camino también agradezco.
Lo que brota de tu corazón es lo que siembras.