Callar fue como guardar el sufrimiento en el último cajón del armario al que no le cabe nada más.
Engañándome pensé que las cosas cambiarían, pero el amor no es bobo, me dio a entender de varias maneras que el dolor de las heridas seguían ahí.
Las excusas fueron los pocos buenos momentos que mi pareja me daba y que creí no merecer mucho más.
El silencio fue cada marca que quedaba en la piel y que intenté tapar con maquillaje.
La vergüenza me llevó por el camino equivocado y el rechazo de mí misma a dejar de respirar sin conseguir la muerte en el intento.
Callar fue negar que era la víctima de un monstruo vestido de bueno incapaz de hacerme feliz.
Las piernas comenzaban a temblar mucho antes de sentir si se pueden llamar así a torpes caricias.
Me negué a levantar la cabeza para sentir que el mismo sol que iluminaba a otros también podía calentarme a mi.
No conseguí con el silencio apaciguar las palabras, ni los golpes. Perdí la percepción del dolor físico.
Pensé que era supervivencia, hasta que la última vez casi me deja sin aliento.
Este escrito fue como abrir el último cajón del tocador y va dirigido a todas las víctimas que un día como yo, pensaron que no serían capaces de hablar.
Aquí estoy para dar testimonio de que callar no es una opción, denunciar sí y buscar ayuda también.
En memoria de la voz que inspiró esta historia y de todas las niñas y mujeres víctimas de maltrato.
Por el respeto de los derechos humanos, 25 de noviembre Día Internacional contra la Violencia de Género para denunciar y erradicar la violencia que sufren las mujeres en todo el mundo.